Letras de Panamá: Entre la soberanía y la identidad nacional

© PABLO MENACHO

No hay, a nuestro pesar, referencia clara de que los aborígenes de esta pequeña angostura de tierra fueran poseedores de una literatura escrita, tal como sucede con algunos otros pueblos originarios del continente americano.

Sin embargo, nuestra literatura, tal como la conocemos hoy, empezó a fundarse a bordo de los navíos europeos que atravesaron la Mar Océano siguiendo los vientos que los llevaran con rumbo al horizonte, más allá de las columnas de Hércules, por la parte de occidente.

Singularmente, era una literatura europea que venía con la envestidura de dos hechos fundamentales de la historia: la invención de la imprenta de tipos móviles y la llegada del Renacimiento, lo que trajo consigo la difusión del humanismo y con ello, la llegada de la era moderna y el final del mundo medieval.

En el caso específico de la literatura ibérica y, por consiguiente, la hispanoamericana, otro hecho singular marcaba también la expresión de la lengua en aquellos años, pues, precisamente en 1492, Antonio de Nebrija publicaba su Gramática de la lengua castellana, con la que se fijaron, por vez primera, las normas de nuestro idioma materno, el instrumento con el que nos comunicamos diariamente entre nosotros.

En sus primeros días, la literatura de la colonia se vistió con el deslumbramiento y el asombro ante una naturaleza extrañamente hermosa, diferente, exuberante y colorida para aquellos ojos europeos que por primera vez la contemplaban. A través de aquellas primeras impresiones, esas miradas iniciales de los exploradores europeos dieron noticias, por medio de la palabra, de una luz distinta y única que nos ha perseguido, o más bien: nos sigue deslumbrando, a lo largo de últimos cinco siglos.

Esos primeros hallazgos son el punto de partida desde el que nos lleva Isabel Barragán de Turner en su libro: Letras de Panamá. Historia compendiada de la literatura panameña, por senderos de muy diversa factura literaria, pero que, a pesar de ello, nos conducen a través de una ruta común y conforman, con ello, lo que los conocedores definen como el canon literario.

Sin embargo, a pesar de lo reciente que pueda parecer la literatura escrita en este pequeño territorio, la propia historia de nuestros pasos hace previsible que hoy ese canon se encuentre fragmentado, incompleto, pero no por ello deja de revelar claramente los vasos comunicantes que a través de la lectura de Letras de Panamá, sobre todo durante los dos últimos siglos, se trazan con la luminosidad y el rigor que se ha impuesto su autora.

Gracias a ese amor y pasión que la Dra. Barragán de Turner deja transpirar a través de los poros de este libro, vemos a la literatura como un proceso dinámico, capaz de darnos, a pesar del tiempo, una visión fresca y vívida de aquellos momentos y hechos a los que nos encontramos vinculados de una manera atávica, como bien lo sugiere desde el subtexto la Dra. de Turner. Sobre todo, cuando reconocemos que, a pesar de los procesos de ruptura y continuidad, sigue existiendo, en cada posta del camino, una relación dialéctica entre lo “viejo” y lo “nuevo” que nos sugiere la clara presencia de una tradición.

La literatura representa una actividad creadora y re-creadora, soñadora de destinos, proponente de un presente y de un futuro y de una ideología y unas creencias que le dan forma a una determinada visión del mundo. Si bien es una expresión intelectual, no por ello deja de ser reflejo en el espejo del alma de la sociedad.

Desde ese punto de vista, Isabel Barragán de Turner expresa claramente, a través de una certera propuesta de lectura, la señales de identidad que subyacen a lo largo de la historia y de casi toda la literatura escrita en este país, la cual, a su vez, es parte de un conjunto más vasto: el de la literatura hispanoamericana.

Su rasgo diferenciador, su particularidad, ya nos es descrita desde el principio de este libro, cuando su autora nos señala: “La literatura panameña está significativamente marcada por la condición de Panamá como país de tránsito.” A partir de esta premisa, Isabel nos resume los instantes más significativos que le dan sentido a esta afirmación.

Nuestros siglos XIX y XX se debatieron, como nos debatimos aún ahora, en la eterna batalla de nuestro derecho a ser, marcados por la singularidad de ser ruta de tránsito, un lugar de paso, un punto de encuentros y desencuentros.

Por otra parte, el siglo XX estuvo marcado por una herida profunda no solo en el centro mismo de nuestra tierra, sino en la conciencia misma del ser nacional.

La continuidad de estos hechos de nuestra vida como país, está perfectamente trazada por la Dra. Isabel Barragán de Turner, a través de las obras de nuestros escritores, ya se trate de narradores, ensayistas, dramaturgos o poetas.

En uno u otro espacio temporal, Letras de Panamá nos presenta, como propuesta central de lectura del canon literario panameño, dos elementos fundamentales que sobrevuelan y modelan las preocupaciones de nuestra literatura: nuestra independencia y soberanía, por una parte, y nuestra identidad nacional, por la otra.

Este libro, tejido lentamente con los desvelos de una secreta alquimia, tiene el valor agregado de actualizar los puntos de vista de otros estudiosos, no menos valiosos, en la materia. De allí que este libro se reconozca deudor de trabajos de otro excelente ensayista panameño: Rodrigo Miró Grimaldo. Sin embargo, en Letras de Panamá, Isabel, como buena investigadora y estudiosa que es, no cae en el facilismo de imitarlo o copiarlo, ya que, más que dar noticia del hecho literario en sí, la autora profundiza en las claves más entrañables que le han dado corporeidad a la obra de nuestros escritores y, más que eso, nos enfrenta ante un espejo que nos da a conocer quiénes somos y cómo hemos llegamos a este instante.

Por ello, desde el reconocimiento de la soledad e individual del acto creador, Isabel nos demuestra que siempre hubo y existe aún una preocupación colectiva, que supo relegar los egos y se insertó en la conciencia nacional para mantenernos despiertos ante el acoso constante de la transculturación propuesta desde aquella quinta frontera que ya desapareció.

En ese sentido, Isabel nos recuerda las razones temáticas de nuestra literatura y las dimensiones del dolor y la alegría que le han dado ese sentido tan especial al ser nacional y nos recuerda la necesidad sentida de nuestros autores de, más que alcanzar la gloria vana o el reconocimiento personal, impregnar con su mensaje, emocionado y meticulosamente elaborado por el amor a su oficio, la piel de una sociedad que, una vez alcanzada la posta de su soberanía, aún está sedienta de rumbos claros que defiendan su identidad.

Por mi parte, solo me queda invitarles a compartir la alegría por la existencia de este libro que, estoy seguro, marcará un nuevo momento en el estudio de nuestras letras.

(Día-D, El Panamá América, 13 de septiembre de 2009.)

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