© PABLO MENACHO
Panamá, luego de muchos conflictos políticos y gracias a su determinación de convertirse en nación independiente y con identidad propia, logró esa anhelada meta en 1903. Para entonces, ya había sucedido el estrepitoso fracaso de la construcción de un canal que atravesara la selva panameña por parte de los franceses, liderados Ferdinand de Lesseps entre 1880 y 1889, y se encontraba ahora en una encrucijada de la historia en que se debatía sobre quién pudiera continuar la obra.
Ello trajo consigo la sombra del Destino Manifiesto que se adjudicaron las potencias emergentes de Europa y América en contra de los pueblos más débiles. Y es lo que hizo aflorar el interés de los estadounidenses, quienes, tan solo 15 días después de la independencia del país, y a espaldas del gobierno de la naciente república, lograron firmar un tratado para la construcción del canal transístmico, con un representante extranjero de nuestro gobierno que cedió a perpetuidad, a los Estados Unidos, todos los derechos de construcción y operación de un canal por Panamá y le concedió la administración discrecional de una franja de territorio de 15 kilómetros de ancho a lo largo de toda la ruta.
Ello dio nacimiento a una especie de nueva colonia norteamericana en el centro mismo del territorio panameño y fue lo que configuró, de manera muy particular, el eje temático de lo que sería una muestra significativa de la literatura panameña durante gran parte del recién pasado siglo.
Como ya en apuntado en otro momento:
“Este hecho bifurcó la búsqueda del alma de la nación. Por una parte, se trataba (y se trata aún) de la búsqueda y fijación de una identidad nacional, con una cultura propia y unas características muy particulares; y, por otra, el derecho al ejercicio de la plena soberanía sobre todo nuestro territorio, partido en dos por la herida de una quinta e inesperada frontera […] que desembocaría en la construcción de la vía de agua que uniría los dos grandes mares y acortaría las distancias.
Fue la presencia excluyente y, en un principio, a perpetuidad, de una potencia extranjera, la que encarnó en el alma nacional su derecho a ser por sí misma y a exigir que le fuera devuelto lo que se le expropió en forma ilegítima. Le costó muchos desvelos a este país sobreponerse a la humillación que ello entrañaba y le costó, también, la sangre inocente de muchos héroes ya registrados a lo largo de nuestra historia. Así, una parte significativa de la poesía panameña fue emergiendo, como si de un faro guía se tratara, alrededor de estas largas e inacabables luchas, mezclada siempre por sentimientos encontrados de dolor y de esperanza.”
Pero también fue la chispa que encendió en el corazón de todos los panameños su amor por la patria, sus deseos de soberanía y de recuperar la dignidad perdida por tan oscura transacción entre un francés, Phillippe Bunau-Varilla, y el gobierno norteamericano.
Casi todo el siglo XX estuvo marcado por la lucha nacional en pos de recuperar esa soberanía, la cual tuvo su punto de inflexión el 9 de Enero de 1964, cuando un grupo de estudiantes intentó izar la bandera panameña junto a la estadounidense en una escuela de la que fue la Zona del Canal de Panamá, controlada por Estados Unidos. Veintidós o veintitrés de ellos, absolutamente indefensos, fueron muertos por las balas del ejército norteamericano y nuestro gobierno, en un ejemplo de dignidad sin precedentes, se vio obligado a romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos, lo cual propició, poco después, que se iniciaran nuevas negociaciones para acabar con esa presencia extranjera enquistada en nuestro territorio y para que el Canal de Panamá pasará, de una vez y para siempre, a manos panameñas.
Eso que sucedió finalmente cuando, en 1977, el General Omar Torrijos Herrera logró firmar el Tratado que devolvió, paulatinamente, el Canal y todo su territorio adyacente a nuestras manos y acabó con la presencia norteamericana, siempre amenazante, en nuestro país.
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Como pueden ver, poseer un canal interoceánico que atraviesa nuestro territorio centró en la conciencia nacional y en nuestras Letras el eje temático que nos ayudaría a alcanzar nuestra identidad, al tener que luchar, como objetivo común y nacional, haciendo acopio de toda nuestra determinación, por recuperarlo de manos extranjeras.
En nuestro territorio se abrió una vía de agua que acorta las distancias entre distintos puntos del planeta para que fluyan a través de ellas todo el comercio internacional, en una absoluta vocación de paz y amistad.
Por supuesto, algunos pensarán que esto pareciera tener que ver más bien con la historia y la geopolítica, pero no con la literatura. Sin embargo, la lucha panameña por recuperar la soberanía en todo nuestro territorio —como ya he apuntado— fue precisamente la savia de la que se nutrió una parte importante de la literatura a todo lo largo del pasado siglo.
Nuestros escritores, desde todos los géneros literarios, utilizaron su mejor arma: la palabra escrita, para hacer que la identidad nacional permaneciera viva ante los procesos de transculturación que nos asediaban desde la colonia fundada por los norteamericanos a pocas calles de nuestras casas. Así, la literatura se convirtió en el faro que guió las gestas nacionales y reflejó todo el dolor que produjo la lucha y toda la esperanza que se mantuvo en alto hasta lograr que finalmente todo Panamá estuviera unido en un solo territorio y bajo una sola bandera.
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Por eso, permítanme repasar y compartir con ustedes, a muy grandes rasgos, algunas pocas cúspides de la poesía panameña a lo largo del siglo pasado, en relación con este anhelo nacional que se mantuvo inalterable durante mucho tiempo.
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Primero, desde la nostalgia, los primeros desarraigos ya eran expresados por nuestra literatura modernista, la misma a la que le tocó presenciar la llegada de los estadounidenses y la colocación de la cerca que dividió abruptamente todo el territorio para construir el Canal. Así tenemos, por ejemplo, el célebre caso de la poetisa Amelia Denis de Icaza (1836-1911), que dedicó uno de sus poemas a la separación forzada con los elementos queridos de su juventud. Al cerro Ancón, es uno de los poemas más conocidos del modernismo panameño e inicia de la siguiente manera:
Ya no guardas las huellas de mis pasos,
ya no eres mío, idolatrado Ancón.
Que ya el destino desató los lazos
que en tu falda formó mi corazón.
Más adelante, la escritora, que vio perderse para siempre la posibilidad de regresar a su lugar amado, ahora cercado por el ejército extranjero, nos relata:
¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente
al pisarla un extraño se secó?
Su cristalina, bienhechora fuente
en el abismo del no ser se hundió.
Ese chorrillo era un manantial de agua fresca que surtía las norias de las que bebía el agua la vieja ciudad de Panamá, pero fue bloqueada por los estadounidenses una vez que tomaron posesión del territorio y ya nadie más pudo saciar la sed en él.
De allí que ese poema excepcional se halla transformado en uno de los primeros bastones de esa larga carrera de revelos con los que la literatura abanderó nuestro deseo de soberanía sobre la Zona del Canal de Panamá.
Como podemos ver, las cotas más altas de la literatura panameña de ese período de principios de siglo se alcanzaron con un genuino sentimiento inicial de pérdida.
Por supuesto, la literatura también reflejó el asombro ante una obra de magnitud extraordinaria, pero ya las heridas habían empezado a producirse en nuestras almas y a condicionar y moldear el ser nacional.
Lo cierto es que el amor a la patria, el sentido de pertenencia, el desarraigo, todo ello era evidenciado por nuestros primeros poetas de la era republicana. Ellos, más que un hablante lírico y personal, fueron la voz colectiva y, en su momento, encarnaron en el alma de la gente como no ha vuelto a suceder.
Expresión de esta poesía se encuentra en el poeta nacional Ricardo Miró (1883-1940), sobrino de Amelia Denis de Icaza, y en su conocido poema Patria, en el que expresa los sentimientos más profundos de cualquier panameño alejado de su país:
¡Oh Patria tan pequeña, tendida sobre un Istmo
donde es más claro el cielo y más brillante el sol.
En mí resuena toda tu música, lo mismo
que el mar en la pequeña celda del caracol!
Como vemos, otra vez la nostalgia venía a prender en el corazón del poeta y de sus lectores, esa fue, como ya he apuntado, la savia con la que fue creciendo nuestro amor al terruño y nuestro deseo de dar la vida por él si era necesario, como más adelante en el siglo que reseñamos hicieron muchos panameños.
Pero no era solo la nostalgia, la que movía a Miró. También es apreciable su defensa de la cultura y de la identidad de nuestro pueblo frente a la devastadora influencia cultural de los invasores. Prueba de ello es este fragmento que recoge la Dra. Isabel Barragán de Turner en su libro Letras de Panamá:
“[…] hemos tenido que agotar nuestras exiguas facultades haciendo a un tiempo de poetas, de cuentistas, de críticos, de correctores de pruebas, para engañar a la América, para hacerle creer al Continente que no nos volvemos yankees por minutos […]”
Ello sucede en momentos en que se lucha denodadamente por consolidar el incipiente Estado nacional y por la necesidad urgente de diferenciarnos culturalmente de los otros a través de nuestras raíces más esenciales, incluso las del folklore, pues a Ricardo Miró debemos el estribillo de uno de los cantos más célebres del tambor panameño, reconocible en casi el mundo entero, el cual ya aparece en su poema Musa panameña:
Íbamos bajo la ingrata
Sombra de nuestra fortuna
Mientras abría la Luna
sus cataratas de plata;
y sobre las alas leves
de la brisa que venía,
una dulce voz decía:
—Yo quiero que tú me lleves
al Tambor de la Alegría.
También vendrían poetas que, preocupados por la interacción de nuestros vecinos forzosos harían la fotografía de esos instantes, con cierto aire de desprecio. En ese sentido, muchos de los poemas de Demetrio Korsi (1889-1957) girarían en torno a los desenfrenos nocturnos que se producían debido a la presencia de los norteamericanos en bares y cantinas de la ciudad de Panamá, en donde asediaban a nuestras mujeres para hacerlas centro de sus placeres más oscuros.
Una pequeña muestra de esa mirada a la nación, particularmente, a nuestra ciudad capital, son estos versos suyos:
Diez mil extranjeros y mil billeteras,…
Aguardiente, música… ¡La guerra es fatal
Danzan los millones su danza macabra.
Gringos, negros, negros, gringos… Panamá!
Como puede vislumbrarse a través de estos versos de Korsi, ya se presentaban los primeros signos de resistencia cultural y de advertencia ante el cosmopolitismo desmedido e intoxicante que representaba, hacia los años 30 y 40, un choque frontal de dos culturas diferentes, en el cual la nuestra siempre salía mal librada.
De manera más o menos parecida transcurriría la poesía panameña durante la primera mitad del siglo XX. Pero hacia 1930 arribaron, tardíamente, los primeros aires del movimiento vanguardista que había arraigado en Europa y, luego, casi dos décadas después, empezaron a aparecer otros poetas, embebidos en el americanismo que trashumaba la poesía ejemplar de César Vallejo, Pablo Neruda o, incluso, León Felipe, para citar unos pocos, e iniciarían otra modalidad de canto, mucho más directa, mucho más exigente y, por decirlo así, mucho más combativa.
Mientras tanto, nuestra poesía también reflejaba rasgos de intimidad lírica, así como de reveladora de imágenes de nuestros barrios populares en una evidente atmósfera marcada por la distancia entre ricos y pobres. Ello es perceptible en la poesía de Demetrio Herrera Sevillano (1902-1950) y en su conocidísimo poema Cuartos:
Zonzos
de calor y noche
pasan cuartos.
Cuartos…
Cuartos…
Cuartos de la gente pobre
con sus chiquillos descalzos.
Cuartos donde no entra el sol,
que el sol es aristocrático.
Hacia 1954 se tienen las primeras noticias de un libro que aún hoy sigue marcando la ruta del tema nacional. Un joven poeta, que a la sazón rondaba los 23 ó 24 años, escribiría uno de los poemarios más emblemáticos de la literatura panameña. José Franco (1931) había hecho nacer de su pluma el célebre libro Panamá defendida, que nos trajo de manera integral, la cosmovisión de un país con identidad propia y con derecho a vivir sin la ominosa presencia norteamericana en su suelo:
También “The Canal Zone”
es una brasa ardiendo,
Patria mía.
Si fuera el canal
un sitio dulce,
si fuera un
sendero de alborozo,
si abriera sus compuertas
a la dicha
del hombre sin remilgos;
si la bandera nuestra
tremolara en sus aguas.
Si no decapitaran
la alegría…
iríamos contigo,
saludando,
haciendo un mundo bueno.
Sería el canal un sitio puro,
un eterno vehículo de amor.
Es singular el hecho de que haya sido José Franco, un poeta de origen campesino, quien abanderara desde un lirismo muy fresco y con olor a tierra húmeda, esa necesidad de recuperar el territorio que nos había sido expropiado. Esa circunstancia, la de poeta nacionalista, habría de seguirse reflejando en menor o mayor grado a todo lo largo de su obra posterior, tanto la de carácter más intelectual como la de carácter popular.
Por muchos años, Panamá defendida fue y aún lo sigue siendo, el poema más representado y declamado en nuestro país por su contenido y por su profundidad, pero también por la difícil sencillez con la que el poeta logró evocar el alma de una nación entera y su anhelo colectivo más entrañable.
Años después, un grupo de estudiantes del Instituto Nacional decidieron hacer cumplir la ordenanza de izar la bandera panameña junto a la norteamericana en algunos sitios de la Zona del Canal. Eso sucedió aquel 9 de enero de 1964, que ya señalamos en párrafos anteriores, así como algunas de sus consecuencias.
Los hechos fueron más o menos los siguientes: un grupo de estudiantes se dirigió a la Balboa High School, en la antigua Zona del Canal, para cumplir con el acuerdo firmado entre Estados Unidos y Panamá, de izar las banderas de ambos países una junto a la otra en algunos sitios de ese territorio bajo jurisdicción norteamericana. Pero los estudiantes norteamericanos y sus padres lo impidieron.
La Policía de la Zona del Canal rasgó la bandera panameña que portaban los estudiantes y esa afrenta a la enseña patria inició una serie de disturbios en el límite entre la ciudad de Panamá y la Zona del Canal, que produjeron la intervención del ejército norteamericano acantonado en nuestro suelo, el cual se enfrentó con sus armas a una multitud indefensa, armada de palos y piedras, lo que provocó veintidós estudiantes panameños muertos, así como una niña, y centenares de heridos.
Los disturbios continuaron por varios días en las principales ciudades terminales del Canal —Panamá y Colón— y provocaron la ruptura de relaciones diplomáticas por parte del gobierno panameño con Estados Unidos, lo que luego se resolvería con la intervención de la Organización de Estados Americanos y con el compromiso norteamericano de negociar un nuevo Tratado que pusiera fin a los conflictos entre los dos países por razón de la Zona del Canal.
Uno de los cantos más especiales sobre estos hechos vino de la pluma de una educadora, la poetisa Diana Morán, quien a través de su poema Soberana presencia de la patria, nos trajo el dolor, la impotencia y la furia que produjeron esos momentos de vejación a nuestros estudiantes y a nuestra bandera, rasgada por manos estadounidenses:
Es enero en las calles donde ruedan los gritos,
nueve o diez en la carne, en la súplica radial
de un arroyuelo rojo para soldar los nervios,
es la fecha de un pueblo que encontró su camino.
Más adelante, nos dice, desde el dolor de la sangre joven que se sacrificó en nombre de la soberanía de la patria:
La patria se fue, como siempre se ha ido,
con su camisa Blanca
y la corbata azul de adolescencia,
con el civismo juvenil de su paso
y el fértil batallón de sus arterias
a enarbolar el vuelo allí donde cortaron
las alas tricolor de sus emblemas.
Me parece que no es difícil vislumbrar aquí la desgarradora escena de esos días aciagos, en que dieron su vida por la patria nuestros jóvenes mártires.
De igual manera, la poetisa Moravia Ochoa López (1940) nos retrata la angustia y la urgencia de esos días de enero de 1964, cuando, como si de un despacho noticioso se tratase, nos dice:
[…]
hoy encontré ese día
entre montones de hojas de periódicos
entre la viva fecha de 1964
caminando por la Avenida de Los Mártires
recordando nombres tanques UPI y AP
país túmulo país roto país herido
«se necesita sangre tipo o negativo en la sala
de urgencia del Hospital Santo Tomás repetimos
sangre tipo o negativo para la sala de urgencia
del Hospital «Santo Tomás»
van dieciocho muertos y cien más heridos
muere niña asfixiada […]
Este breve repaso termina en un poeta muy especial y un extraordinario amigo: Manuel Orestes Nieto (1951), que recoge y mejora, por decirlo así, la tradición sembrada por sus predecesores en cuanto a la temática nacional.
A este autor ya le había dedicado con anterioridad las siguientes líneas:
“Hacia la medianía del siglo XX, le tocó crecer cerca de donde antaño se extendió el arrabal de Santa Ana, allá donde aún se podían tantear los extramuros de la entonces pequeña ciudad de Panamá. Podría decirse que este poeta terminó empapado, no por los aguaceros de octubre, sino por el aguaje de la historia nacional. No en vano, optó por estudiar precisamente esa disciplina: la historia y desgranar, a través de ella, los hilos que tejieron con fuerza telúrica el ser profundo de la nación, ejerciendo para ello la alquimia de un oficio extraño: se hizo poeta, y así salió a la calle y a la literatura, cargado de dolor y ensueños para reconstruir los hechos que hemos vivido todos desde que una mañana de septiembre Rodrigo de Bastidas contemplara, por vez primera para unos ojos europeos, nuestras costas.
Hoy Manuel Orestes Nieto ha recorrido ya un largo y fructífero camino en las letras panameñas con la patria al borde de los ojos y al fondo del corazón.”
De él son estos versos, cargados de un lirismo excepcional para ver en la patria a la mujer amada:
Para tu cintura
todos los mapas fueron pequeños.
Ni el trazo más firme
pudo dibujar los pliegues de tu angostura
ni la edad de tus árboles
ni las veces en que los caracoles
escondieron en el fondo de las mareas
tus primeros secretos
ni el instante amargo
de la primera bandera izada
por extraños habitantes.
Por supuesto, siendo quien les habla un poeta de un carácter más intimista y personal, sin descuidar las preocupaciones por el mundo contemporáneo en las que nos encontramos sumidos, hace unos pocos años, en el 2002, para ser precisos, decidí pagar mi cuota con la poesía panameña sobre el tema canalero.
Así surgió el libro Carta a Edmond Bertrand, que recorre y recoge poéticamente, la singular historia del siglo XX en Panamá y el momento en que, finalmente, alcanzamos nuestra plena soberanía como país. Pero sobre este libro, como habrán de suponer, ya han hablado y deben hablar los otros, no esta persona que hoy está frente a ustedes.
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Finalmente, permítanme expresar mi más profundo agradecimiento al Centro Cultural de la Embajada de España por esta amable invitación que me ha permitido reencontrarme con ustedes de otra manera y a este país que me acoge con toda su fraternidad y todo su amor y en el que no me siento extranjero, sino uno más entre todos.
Muchas gracias…
Pablo Menacho